La alternativa más conocida para ponerse a salvo una vez que se desencadena un tsunami es trasladarse a zonas altas y alejadas del borde costero. Esto es lo que los expertos llaman “evacuación horizontal”, pero existe una modalidad menos difundida y más rápida que es la “evacuación vertical”, que consiste en subir a los pisos superiores de edificios de altura y construcción sólida que están en el área que será afectada por las olas. Esta opción permite aminorar las pérdidas humanas en las denominadas “zonas de sacrificio”, que son aquellos lugares donde las grandes olas golpean sólo minutos después de ocurrido un sismo de gran magnitud.
Para el profesor del Departamento de Obras Civiles de la Universidad Federico Santa María, Patricio Catalán, investigador asociado del Centro Nacional de Investigación para la Gestión Integrada de Desastres Naturales (CIGIDEN), “la evacuación horizontal ha de ser siempre la primera opción», sin embargo, agrega que si esto no resulta posible «la segunda opción es la evacuación vertical», según el reporte del Centro de Investigación Periodística, CIPER.
Pese a todos los antecedentes de maremotos que tiene Chile, de acuerdo al reporte de CIPER del 1 de julio, hoy en Chile no hay edificios identificados para ser usados en la evacuación vertical que tengan vías de acceso abiertas y expeditas y que además permitan el desplazamiento de personas con movilidad reducida.
Un ejemplo de evacuación horizontal en algunas zonas del centro de Viña del Mar sería acudir al cerro de altura más cercano, lo cual podría ocupar mucho más tiempo que el tiempo que tardan las olas destructivas en llegar.
Entre los tsunamis recientes y más destructivos, Chile cuenta con uno en 2010 y otro en 1960, en que las fuerzas de las olas barrieron la costa centro-sur.
El siglo XX también registró otros cinco tsunamis mayores en Chile, por lo que el problema es frecuente. Por ejemplo, el de 1906, afectó a Valparaíso, Viña del Mar y el centro-sur, además de los que ocurrieron en 1918, 1922, 1927 y 1971, según los registros del Servicio Sismológico de la Universidad de Chile.
Los antecedentes del siglo XVIII no son más optimistas, pues tienen en la memoria cuatro tsunamis muy destructivos: 1819, 1835, 1868 y 1877, y otros cinco de características mayores.
Según el ingeniero hidráulico Rodrigo Cienfuegos, profesor en la Facultad de Ingeniera de la Universidad Católica e investigador del CIGIDEN, “hay lugares donde se puede calcular, con modelos de propagación, los tiempos de llegada de las olas y cuánto tiempo tardaría un lugar en ser inundado”.
El investigador propone cruzar estos modelos con los criterios de la población que se está analizando, y así calcular cuál es el tiempo de evacuación de esos individuos. Si hay zonas donde simplemente «el tiempo no alcanza”, dice Cienfuegos a CIPER, “hay que buscar alternativas y esas alternativas son los refugios o edificaciones de evacuación vertical”.
La Oficina de Emergencia de Chile (ONEMI) ofrece una serie de indicaciones en caso de terremotos y tsunamis.
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